domingo, 25 de enero de 2009

EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Y LAS 2001 NOCHES, CUMPLEN 100 NÚMEROS Y PASAN A SER VIRTUALES

Las revistas Las 2001 Noches (revista de poesía con más de 400 autores publicados) y Extensión Universitaria (revista de psicoanálisis), de difusión gratuita impresa hasta ahora, cumplen su número 100. Les informamos que a partir de este momento pasan a ser revistas virtuales, las podrán ver en Internet en las siguientes direcciones.

http://www.las2001noches.com/n100/inicio.htm









http://www.extensionuniversitaria.com/

viernes, 23 de enero de 2009

MATISSE por APOLLINAIRE

He aquí un tímido ensayo sobre un artista en quien se combinan, creo, las más tiernas calidades de la fuerza de su simplicidad y la dulzura de sus claridades.

No hay relación entre la pintura y la literatura y he tratado en este aspecto de no provocar confusión alguna. Es que en Matisse la expresión plástica es la meta, así como para el poeta lo es la expresión lírica. Cuando yo vine hacia usted, Matisse, la gente lo miraba y, como ellos reían, usted sonrió.

Veían un monstruo, ahí donde se elevaba una maravilla.

Yo lo interrogaba y sus respuestas traducían las causas del equilibrio de su arte razonable.

“Yo trabajé –me dijo usted– para enriquecer mi cerebro satisfaciendo las diferentes curiosidades de mi espíritu. Me esforzaba en conocer los distintos pensamientos de maestros antiguos y modernos de la plástica. El trabajo fue también material porque trataba al mismo tiempo de comprender su técnica.”

Después, luego de servirme ese vino fuerte que sustrajo de Collioure, quiso volver al tema de las peripecias de ese peligroso viaje hacia el descubrimiento de la personalidad. Se va de la ciencia a la conciencia, es decir el olvido completo de todo lo que no estaba en usted mismo. ¡Qué dificultad! El tacto y el gusto son aquí los únicos gendarmes que pueden alejar para siempre lo que no hay que volver a encontrar en el camino. El instinto no guía. Se ha alejado, y se está en su búsqueda.

“Después –usted decía–, crecí al considerar mis primeras obras. Raramente engañan. Encontré en ellas una similitud que al principio tomé por una repetición, que sólo agregaba monotonía a mis cuadros. Era la manifestación de mi personalidad, que aparecía, cualesquiera que fuesen los diversos estados de ánimo por los que pasaba.”

El instinto resurgía. Usted sometía, finalmente, su conciencia humana a la inconsciencia natural. Pero esta operación se producía en determinado momento.

¡Qué imagen para un artista: los dioses omnipotentes, todopoderosos, pero sometidos al destino!

Usted me dijo: “Yo me he esforzado en desarrollar esta personalidad contando sobre todo con mi instinto y volviendo a menudo a los principios, y me decía a mí mismo cuando las dificultades me arredraban: ‘Tengo colores y una tela, y debo expresarme con pureza’. Debería hacerlo sumariamente poniendo, por ejemplo, cuatro o cinco manchas de colores, trazando cuatro o cinco líneas, que dieran una expresión plástica”.

Muchas veces se le reprochó esa expresión sumaria, mi querido Matisse, sin pensar que usted había realizado así uno de los trabajos más difíciles: dar existencia plástica a los cuadros sin el concurso del objeto, salvo para provocar sensaciones.

La elocuencia de sus obras proviene, ante todo, de la combinación de colores y líneas. Esa combinación es la que constituye el arte del pintor y no, como lo creen aún ciertos espíritus artificiales, la simple reproducción del objeto.

Henri Matisse bosqueja sus concepciones, construye sus cuadros mediante colores y líneas hasta darles vida a sus combinaciones, hasta que sean lógicas y formen una composición cerrada, donde no se podría quitar ni un color ni una línea sin reducir el conjunto a la búsqueda azarosa de algunas líneas y algunos colores.

Ordenar un caos, he ahí la creación. Y si la meta del artista es crear, hace falta un orden, en el que el instinto será la medida.

A quien trabaje así, la influencia de otras personalidades no podrá anularlo. Sus certezas son íntimas. Provienen de su sinceridad y las dudas que lo angustiarán pasarán a ser la razón de su curiosidad.

“Jamás he evitado la influencia de los otros –me dijo Matisse–. Yo habría considerado esa actitud como una cobardía y una falta de sinceridad frente a mí mismo. Creo que la personalidad del artista se desenvuelve, se afirma, por las luchas que tiene que librar contra otras personalidades. Si el combate le es fatal, si su personalidad sucumbe, ése y no otro era su destino.”

En consecuencia todas las escrituras plásticas, los egipcios hieráticos, los griegos refinados, los camboyanos voluptuosos, las producciones de los antiguos peruanos, las estatuillas de los negros africanos, proporcionadas de acuerdo con las pasiones que los han inspirado, pueden interesar a un artista y ayudarlo a la vez a desarrollar su personalidad. Al confrontar sin cesar su arte con las otras concepciones artísticas, al no cerrar su espíritu a las manifestaciones vecinas a las artes plásticas, Henri Matisse, cuya personalidad tan rica habría podido crecer tal vez aisladamente, se enriqueció y adquirió esa grandiosidad, esa dignidad que lo distingue.

Pero, curioso de conocer las capacidades artísticas de todas las razas humanas, Matisse permaneció antes que nada devoto de la belleza de Europa.

Europeos, nuestro patrimonio va de los jardines bañados por el Mediterráneo a los mares sólidos del Norte. Encontramos allí los alimentos que amamos y las sustancias aromáticas de otras partes del mundo sólo son especias para nuestro espíritu. Así Matisse consideró a Giotto, a Piero Della Francesca, a los primitivos sieneses, a Duccio, menos poderosos en volumen pero más ricos en espíritu. Y en seguida meditó sobre Rembrandt. Y colocándose en este punto de confrontación de la pintura, se observó a sí mismo para conocer el camino que habría de seguir confiadamente su instinto triunfador.

No estamos en presencia de una tentativa desmedida: lo propio del arte de Matisse es ser razonable. Que esta razón sea a veces apasionada, a veces tierna, no impide que se exprese con tanta pureza como para que se la entienda. La conciencia de Matisse es el resultado del conocimiento de otras conciencias artísticas. Matisse debe la novedad de su plástica a su instinto o a su propio conocimiento.

Cuando hablamos de la naturaleza, no debemos olvidar que formamos parte de ella, y que debemos considerarnos con tanta curiosidad y sinceridad como cuando estudiamos un árbol, un cielo o una idea. Ya que hay una relación entre nosotros y el resto del universo, podemos descubrirla y posteriormente no intentar sobrepasarla.

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jueves, 22 de enero de 2009

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD

Varios colaboradores de esta colección inician sus trabajos haciendo resaltar la espinosa singularidad de su contenido. Para mí resulta aún más ardua la labor, pues en los repetidos trabajos de este género que tengo ya publicados he tropezado siempre con que la especial naturaleza del tema obligaba a hablar de mí mismo más de lo que generalmente es costumbre o se juzga necesario. Mi primera exposición del desarrollo y el contenido del psicoanálisis quedó integrada en las cinco conferencias que la Clark University, de Worcester (Estados Unidos), me invitó a pronunciar en sus aulas durante las fiestas con que celebró el vigésimo aniversario de su fundación ( 1909). Recientemente he escrito para una publicación americana Los comienzos del siglo XX, cuyos lectores hicieron honor a la importancia de nuestra disciplina reservándola en un capítulo especial otro trabajo análogo. En el mismo intervalo, la revista Jahrbuch der Psychoanalyse publicó un ensayo mío, titulado Historia del psicoanálisis, que contiene ya todo lo que aquí pudiera comunicar. Siéndome imposible contradecirme, y no queriendo repetir sin modificación lo ya expuesto en otros lugares, habré de intentar establecer en el presente trabajo una nueva proporción de elementos subjetivos y objetivos, fundiendo lo biográfico con lo histórico.


Nací el año 1856, en Freiberg (Moravia), pequeña ciudad de la actual Checoslovaquia. Mis padres eran judíos, confesión a la que continúo perteneciendo. De mis ascendientes por línea paterna creo saber que vivieron durante muchos años en Colonia; emigraron en el siglo XIV o XV hacia el Este obligados por una persecución contra los judíos, y retornaron luego en el siglo XIX a través de Lituania y Galitzia, estableciéndose en Austria. Cuando tenía yo cuatro años me trajeron mis padres a Viena, ciudad en la que he seguido todos los grados de instrucción. En el Gymnasium conservé durante siete años el primer puesto, gozando así de una situación privilegiada y siéndome dispensados casi todos los exámenes. Aunque nuestra posición económica no era desahogada, quería mi padre que para escoger carrera atendiese únicamente a mis inclinaciones. En aquellos años juveniles no sentía predilección especial ninguna por la actividad médica, ni tampoco la he sentido después. Lo que me dominaba era una especie de curiosidad relativa más bien a las circunstancias humanas que a los objetos naturales, y que no había reconocido aún la observación como el medio principal de satisfacerse. Mi profunda dedicación a los escritos bíblicos (iniciada casi al tiempo que aprendí el arte de la lectura) tuvo, como lo reconocí mucho después, un prolongado efecto en la línea de mis intereses. Bajo la poderosa influencia de una amistad escolar con un niño mayor que yo, que llegó a ser un destacado político, se me formó el deseo de estudiar leyes como él y de obligarme a actividades sociales. La teoría de Darwin, muy en boga por entonces, me atraía extraordinariamente porque quería prometer un gran progreso hacia la comprensión del mundo. La lectura del ensayo goethiano La Naturaleza, escuchada en una conferencia de vulgarización científica, me decidió por último a inscribirme en la Facultad de Medicina. La Universidad, a cuyas aulas comencé a asistir en 1873, me procuró al principio sensibles decepciones. Ante todo, me preocupaba la idea de que mi pertenencia a la confesión israelita me colocaba en una situación de inferioridad con respecto a mis condiscípulos, entre los cuales resultaba un extranjero. Pero pronto rechacé con toda energía tal preocupación. Nunca he podido comprender por qué habría de avergonzarme de mi origen o, como entonces comenzaba ya a decirse, de mi raza. Asimismo renuncié sin gran sentimiento a la connacionalidad que se me negaba. Pensé, en efecto, que para un celoso trabajador siempre habría un lugar, por pequeño que fuese en las filas de la Humanidad laboriosa, aunque no se hallase integrado en ninguno de los grupos nacionales. Pero estas primeras impresiones universitarias tuvieron la consecuencia importantísima de acostumbrarme desde un principio figurar en las filas de la oposición y fuera de la «mayoría compacta», dotándome de una cierta independencia de juicio. Descubrí también en estos primeros años de Universidad que la peculiaridad y la limitación de mis aptitudes me vedaban todo progreso en algunas disciplinas científicas, cuyo estudio había emprendido con juvenil impetuosidad. De este modo se me impuso la verdad de la advertencia del Mefistófeles goethiano: «En vano vagáis por los dominios de la ciencia; nadie aprende sino aquello que le está dado aprender.» En el laboratorio fisiológico de Ernesto Brücke logré por fin tranquilidad y satisfacción completas, hallando en él personas que me inspiraban respeto, y a las que podía tomar como modelos: el mismo gran Brücke y sus ayudantes Sigmund Exner y Ernst Fleischl von Marxow. Brücke me encargó de una investigación, relativa a la histología del sistema nervioso; trabajo que llevé a cabo a satisfacción suya, y continué luego por mi cuenta. Permanecí en este Instituto desde 1876 a 1882, con pequeñas interrupciones, y se me consideraba destinado a ocupar la primera vacante de «auxiliar» que en él se produjera. Los estudios propiamente médicos -excepción hecha de la Psiquiatría- no ejercían sobre mí gran atención, y retrasándome así en mi carrera, no obtuve el título de doctor hasta 1881. Pero en 1882 mi venerado maestro rectificó la confiada ligereza de mi padre, llamándome urgentemente la atención sobre mi mala situación económica, y aconsejándome que abandonase mi actividad, puramente teórica. Siguiendo sus consejos, dejé el laboratorio fisiológico y entré de aspirante en el Hospital General. Al poco tiempo fui nombrado interno del mismo, y serví en varias de sus salas, pasando más de seis meses en la de Meynert, cuya personalidad me había interesado ya profundamente en mis años de estudiante. Sin embargo, permanecí en cierto modo fiel a mis primeros trabajos. Brücke me había indicado al principio, como objeto de investigación, la médula espinal de un pez de los más inferiores (el Ammocoetes petromyzon), y de este estudio pasé al del sistema nervioso humano, sobre cuya complicada estructura acababan de arrojar viva luz los descubrimientos de Flechsig. El hecho de elegir única y exclusivamente al principio la medulla oblongata como objeto de investigación, fue también una consecuencia de la orientación de mis primeros estudios, en absoluta oposición a la naturaleza difusa de mi labor durante los primeros años universitarios, se desarrolló en mí una tendencia a la exclusiva concentración del trabajo sobre una materia o un problema únicos. Esta inclinación ha continuado siéndome propia y me ha valido luego el reproche de ser excesivamente unilateral. En el laboratorio de anatomía cerebral continué trabajando, con la misma fe que antes en el fisiológico. Durante estos años redacté varios trabajos sobre la medulla oblongata, que merecieron la aprobación de Edinger. Meynert, que me había abierto las puertas del laboratorio aun antes de hallarme bajo sus órdenes, me invitó un día a dedicarme definitivamente a la anatomía del cerebro, prometiéndome la sucesión en su cátedra, pues se sentía ya muy viejo para profundizar en los nuevos métodos. Atemorizado ante la magnitud de tal empresa, decliné la proposición. Probablemente, sospechaba ya que aquel hombre genial no se hallaba bien dispuesto para conmigo. La anatomía del cerebro no representaba para mí, desde el punto de vista práctico, ningún progreso con relación a la Fisiología. Así, pues, para satisfacer las exigencias materiales hube de dedicarme al estudio de las enfermedades nerviosas. Esta especialidad era por entonces poco atendida en Viena. El material de observación se hallaba diseminado en las diversas salas del hospital, y de este modo se carecía de toda ocasión de estudio, viéndose uno obligado a ser su propio maestro. Tampoco Nothnagel, a quien la publicación de su obra sobre la localización cerebral había llevado a la cátedra, diferenciaba la Neuropatología de las demás ramas de la Medicina interna. Atraído por el gran nombre de Charcot, que resplandecía a lo lejos, formé el plan de alcanzar el puesto de «docente» en la rama de enfermedades nerviosas, y trasladarme luego por algún tiempo a París, con objeto de ampliar allí mis conocimientos. Durante los años en que fui médico auxiliar publiqué varias observaciones casuísticas sobre enfermedades orgánicas del sistema nervioso. Poco a poco fui dominando la materia, y llegué a poder localizar tan exactamente un foco en la medulla oblongata, que la autopsia no añadía detalle alguno a mis afirmaciones. De este modo fui el primer médico de Viena que envió a la sala de autopsias un caso con el diagnóstico de «polineuritis acuta». La fama de mis diagnósticos, confirmados por la autopsia, me atrajo el interés de varios médicos americanos, a los que comencé a dar, en un chapurreado inglés, un cursillo sobre tales temas, utilizando como material de observación a los enfermos de mi sala. Pero no tenía el menor conocimiento de la neurosis; y así, cuando un día presenté a mis oyentes un neurótico con ininterrumpido dolor de cabeza y diagnostiqué el caso de meningitis circunscrita crónica, me abandonaron todos, poseídos de una justificada indignación crítica, dando allí fin mi prematura actividad pedagógica. Sin embargo, alegaré en mi disculpa que grandes autoridades médicas de Viena solían aún diagnosticar por aquel entonces la neurastenia como un tumor cerebral. En la primavera de 1885 me fue conferida la plaza de «docente» de Neuropatología en mérito de mis trabajos histológicos y clínicos. Poco después me consiguió Brücke una generosa pensión para realizar estudios en el extranjero y al otoño siguiente me trasladé a París. Confundido entre los muchos médicos extranjeros que se inscribían como alumnos en la Salpêtrière, no se me dedicó al principio atención ninguna especial. Pero un día oí expresar a Charcot su sentimiento por no haber vuelto a tener noticia alguna desde la pasada guerra del traductor alemán de sus conferencias. Luego agregó que le agradaría mucho encontrar una persona de garantía que se encargase de la traducción alemana de sus Nuevas conferencias. Al día siguiente me ofrecí para ello en una carta, en la que recuerdo haber escrito que sólo padecía la aphasie motrice, pero no la aphasie sensorielle du français. Charcot aceptó mi ofrecimiento, me admitió a su trato privado y me hizo participar desde entonces directamente en todo aquello que en la clínica sucedía. Hallándome dedicado a la redacción del presente trabajo he recibido de Francia numerosos ensayos y artículos que testimonian de una violenta resistencia a la aceptación del psicoanálisis y contienen a veces afirmaciones totalmente inexactas relativas a mi situación como respecto a la escuela francesa. Así, leo, por ejemplo, que aproveché mi estancia en París para familiarizarme con las teorías de P. Janet, huyendo luego con mi presa. Contra esta afirmación he de hacer constar que durante mi estancia en la Salpêtrière nadie nombraba aún para nada a P. Janet. De todo lo que vi al lado de Charcot, lo que más me impresionó fueron sus últimas investigaciones sobre la histeria, una parte de las cuales se desarrolló aún en mi presencia, o sea la demostración de la autenticidad y normalidad de los fenómenos histéricos (introite et hic dii sunt) ("entrad porque aquí también hay dioses") y de la frecuente aparición de la histeria en sujetos masculinos, la creación de parálisis y contracturas histéricas por medio de la sugestión hipnótica y la conclusión de que estos productos artificiales muestran exactamente los mismos caracteres que los accidentales y espontáneos, provocados con frecuencia por un trauma. Algunas de las demostraciones de Charcot despertaron al principio en mí, como en otros de los asistentes, cierta extrañeza y una tendencia a la contradicción, que intentábamos apoyar en una de las teorías por entonces dominantes. El maestro discutía siempre nuestras objeciones con tanta paciencia y amabilidad como decisión, y en una de estas discusiones pronunció la frase Ça n'empêche pas d'exister, para mí inolvidable. No todo lo que por entonces nos enseñó Charcot se mantiene aún en pie. Parte de ello aparece ahora muy discutible, y otra parte ha sucumbido por completo a la acción del tiempo. Pero, sin embargo, queda aún mucho que ha pasado a integrar duraderamente el contenido de la ciencia. Antes de abandonar París tracé con Charcot el plan de un estudio comparativo de las parálisis histéricas con las orgánicas. Me proponía demostrar el principio de que las parálisis y anestesias histéricas de las diversas partes del cuerpo se delimitan conforme a la representación vulgar (no anatómica) del hombre. El maestro se mostró de acuerdo conmigo, pero no era difícil adivinar que, en el fondo, no se sentía inclinado a profundizar en la psicología de las neurosis. Su punto de partida habría sido, en efecto, la Anatomía.
Continuará..........

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miércoles, 14 de enero de 2009

EL SENTIMIENTO DE VACÍO Y EL SENTIMIENTO DE FIN DEL MUNDO



¿Para qué tanto trabajar? ¿Para qué tanto estudiar? ¿Para qué nacer? ¿Para qué morir? ¿Para qué tanto ... ¿Para qué? ¿Para? ¿Parar o no parar? Cada vez que el mundo comienza en mí y termina en mí, cada vez que no hay otros, ha acontecido un proceso tal que ha hecho que una elección de objeto se haya transformado en una identificación al objeto.

Hay dos situaciones en un sujeto que conllevan alteraciones en las relaciones con los demás, una de ellas es el enamoramiento, en cuyo estado eL yo del sujeto se ha quedado vacío porque toda su libido, toda la energía de su deseo se ha volcado en el objeto amoroso, es entonces cuando un sentimiento de vacío lo corroe y atraviesa como una espada; otro estado es aquel donde toda la energía del deseo está en el yo, porque la libido o energía del deseo que estaba en otros ha sido retirada y vuelta al yo. En estos estados lo que queda vacío es el mundo, y un sentimiento de fin del mundo, de que el mundo es una porquería, de para qué tanto, invade al sujeto. Y no sólo le acontece este sentimiento sino también un dolor semejante a la pérdida de un pedazo de su propio yo, que también ha acontecido, pues lo perdido no han sido los otros, sino que al identificarse a los objetos perdidos, los ideales perdidos, las ilusiones perdidas, la patría perdida, lo que ha pasado es que la sombra de lo perdido ha caído sobre el yo, y el sujeto ha perdido una parte de su yo. Un dolor semejante a una herida permanente en su yo, y un mundo vacío de sí mismo, hace que los padecimientos de la melancolia o depresión sean tan dolorosos.

El estado de enamoramiento y el estado depresivo, son estados de gran padecimiento y en los que se requiere ayuda.

Solos no podemos

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jueves, 8 de enero de 2009

LA GUERRA (LA GUERRE)

La guerra,

hoy estuve pensando en los señores y la guerra.

Y tengo que decirlo, aunque nadie lo crea,

mil litros de sangre coagulada rompieron a llorar.

El vientre de mi madre partido en mil pedazos,

sus brazos, sus amores, sus nervios congelados.

Mi padre, su mirada quebrada por el tiempo,

mi padre muerto, podrido, agusanado

y mis tristes hermanos y yo mismo, viviendo de silencios.


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La guerra,

hoy estuve pensando en las señoras y la guerra.

En mi pueblo nadie dormía bien,

el corazón de la ciudad vivía alborotado.

Las mujeres tejían por las noches trapos de sangre,

los hombres murmuraban, urdían venganzas, se morían.

Los más jóvenes vestían de luto permanentemente

y los pequeños ángeles futuros morían antes de nacer

y mis tristes hermanas y yo mismo, muriendo de silencios.


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La guerra,

esta vez, también, será con otros.

hablaré de las voces ocultas de la tierra,

con aquellos muertos que fueron, totalmente,

privados de libertad.

Hermosos muchachos, llenos de energías,

muertos antes de tiempo.

Soy esa grandisosa energía liberada,

nadie podrá conmigo, soy un millón de muertos,

el himno que la muerte reclama para sí,

lo negro de lo negro,

los brillos de lo negro,

las esmeraldas de la muerte.


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LA GUERRE

La guerre,

aujourd'hui j'ai pensé aux messieurs et la guerre.

Et je dois le dire, même si personne ne le croit,

mille litres de sang coagulé se sont mis à pleures.

Le ventre de ma mère déchiqueté en mille morceaux,

ses bras, ses amours, ses nerfs congelés.

Mon père son regard brisé par le temps,

mon père mort, pourri, proie des vers

et mes tristes frères et moi-même, vivant de silences.


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La guerre,

aujourd'hui j'ai pensé aux dames et la guerre.

Chez mon peuple personne ne dormait bien,

le coeur de la ville vivait troublé.

Les femmes tissaient durant les nuits des chiffons de sang,

les hommes murmuraient, tramaient des vengeances, mouraient.

Les plus jeunes portaient le deuil en permanence

et les petits soeurs et moi-même, mourant de silences.


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La guerre,

cette fois, aussi, sera avec d'autres.

Je parlerai avec les voix occultes de la terre,

avec ces morts qui furent, totalement,

privés de leur liberté.

Beaux garçon, pleins d'énergies,

morts avant terme.

Je suis cette grandiose énergie libérée,

personne ne pourra me vaincre, je suis un million de morts,

l'hymne que la mort réclame pour elle,

le noir du noir,

les éclats du noir,

les émeraudes de la mort.

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viernes, 2 de enero de 2009

ENCORE, AUN, EN CUERPO


















Retrato de Miguel Oscar Menassa

Carboncillo

Autora: Amelia Díez Cuesta


Hago desaparecer un día de mi vida

mañana, por ejemplo, y sobre ese vacío

que no es sino mi voz, salto

con la firmeza de un cálculo infinito

hacia el futuro.


Vuelvo desde la muerte sobre mí mismo

-honda caverna que hizo posible el salto-

y el ser que nunca fue, desea eso

vivir la vida sin vivir, amar la muerte.


Detrás de lo detrás, no en el espejo

no en la torpeza de la línea

queriendo ser deseo de sus puntos

No en la verdad y, aun, después del cuerpo


Ahí donde el ser es Uno de carencia

Ella es, burbuja extraña e imposible,

pájaro enamorado de los agujeros de su canto.



El cuerpo es ese objeto que se pelea en la historia y su propio inconsciente. Su propio inconsciente quiere su cuerpo para el placer y la historia quiere su cuerpo para el goce y la producción social. Y el cuerpo es esa oscilación entre ser un trozo de carne o ser un trozo de palabra, pero no puede dejar de ser un pedazo, un trozo, no hay completud para el ser humano, no hay verdad totalizadora.

...

Somos millones y millones desde siglos y no ese cuerpo que no sabemos qué soportaría si no estuviese atado a esa cadena.

M.O.M.

jueves, 1 de enero de 2009

LA FORMACIÓN DE LOS DIRIGENTES














Fuego sobre hielo

Autora: Amelia Díez Cuesta www.momgallery.com


SÓLO LA FORMACIÓN DE LOS DIRIGENTES HACE AVANZAR O RETROCEDER AL SER HUMANO, PORQUE NO SOMOS ANIMALES GREGARIOS SINO ANIMALES DE HORDA.

En su marcha ordinaria cada uno sabe que la vida no se detiene verdaderamente en los cadáveres que ella hace. Los peces grandes se comen a los pequeños, o aún habiéndolos matado no los comen, no los comen.

Más que un animal gregario somos un animal de horda, un elemento constitutivo de una horda conducida por un jefe.

En el mundo que cae bajo la influencia de Estados Unidos, en su horda, no ocurre nada que Estados Unidos no quiera, por eso que la lucha fraticida entre Israel y Palestina está bajo su control. ¿No será que Estados Unidos aprieta el botón donde le duele a Israel , su suceso traumático a ser exterminado, para dominar en una zona que sería un poder diferente si se aliaran Israel y Palestina?

Al principio , en la pequeña horda humana, la fuerza muscular era la que decidía a quien pertenecía qué, y qué era lo que debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue sustituida por el empleo de herramientas y triunfó aquel que poseía las mejores armas o el que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con las armas, la superioridad intelectual comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular, pero el objetivo de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición.

Este régimen se modificó cuando surgió la fuerza del derecho, cuando se pasó a reconocer que la fuerza de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios más débiles. La unión hace la fuerza. La violencia es vencida por la unión; el poderío de los unidos representa ahora el derecho. El derecho no es sino el poderío de una comunidad. Pero sigue siendo una fuerza dispuesta a dirigirse contra cualquiera que se le oponga; recurre a los mismos medios y persigue los mismos fines. La diferencia es que ya no es el poderío de un individuo el que se impone sino el de un grupo de individuos. Pero era preciso que la comunidad fuera conservada de manera permanente y duradera. Debe organizarse, crear preceptos que prevengan las temidas insubordinaciones; debe designar organismos que vigilen el cumplimiento de los preceptos. Cuando los miembros de un grupo humano reconocen esta unidad de intereses aparecen entre ellos vínculos afectivos, sentimientos gregarios que constituyen el verdadero fundamento de su poderío.

Sin embargo desde un principio la comunidad está formada por elementos de poderío dispar, por hombres y mujeres, por padres e hijos, por vencedores y vencidos que se convierten en amos y en esclavos. El derecho de la comunidad se torna entonces en expresión de la desigual distribución de poder entre sus miembros, las leyes serán hechas por y para los dominantes y concederán escasos derechos a los subyugados.

Desde entonces existe en la comunidad humana dos fuentes de conmoción del derecho y al mismo tiempo lo son de nuevas legislaciones.

Por un lado, algunos de los AMOS tratarán de eludir las restricciones de vigencia general, abandonarán el dominio del DERECHO para volver al dominio de la VIOLENCIA , por el otro lado, los oprimidos tenderán constantemente a procurarse mayor poderío y querrán que se progrese del derecho desigual al derecho igual para todos. Sin embargo aunque se llegue a este nivel de distribución del derecho, la clase dominante se negará a reconocer esta transformación y se llega a la supresión transitoria del derecho y a renovadas tentativas de violencia que, una vez transcurridas, se vuelve a un NUEVO ORDEN legal.

Las guerras no sirven para unir , pues los éxitos de la conquista no suelen ser duraderos, las nuevas unidades vuelven a desmembrase debido a la escasa coherencia de las partes unidas a la fuerza. Los conflictos interiores favorecieron aún más las decisiones violentas. Así, todos los esfuerzos bélicos sólo llevaron a que la Humanidad trocara numerosas y continuadas guerras pequeñas por conflagraciones menos frecuentes , pero tanto más DESVASTADORAS.

Educar a la masa no es el camino, la igualdad es una ilusión que los poderosos usan para dominar a los pueblos, la IGUALDAD ES UNA ARGUCIA DEL SISTEMA DE PODER , se trata de educar una capa superior de humanos dotarlos de pensamiento independiente , inaccesibles a la intimidación , que trabajen por la verdad , es decir la realidad y a los cuales corresponda la dirección de las masas que tienen sed de ser sometidas. Los dirigentes harán un ejercicio de poder, pues el poder sólo se mantiene a condición de no utilizarlo.

Los abusos de los poderes del ESTADO y la censura del pensamiento por la IGLESIA , no pueden favorecer esta educación.

Somos animales de horda, no funcionamos sin jefe, cuando no nos dirige un dirigente, nos dirige nuestra madre fálica o nuestro padre primordial, las ideas de la familia, que probablemente es de otro siglo, o bien las ideas de su barrio, ciudad o país, que probablemente ya no existe como tal.

Ninguna otra cosa, que la formación de la clase dirigente, podría llevar a una unidad tan completa y resistente de los humanos, aunque se renunciara a los lazos afectivos entre ellos.

Ni la identificación afectiva, ni la fuerza ante un enemigo exterior, son duraderos. Se trata de la formación de la clase dirigente. Hasta hoy la clase dirigente se forma en colegios norteamericanos o europeos, en colegios de la horda de occidente, y no sólo la clase dirigente occidental también la clase dirigente oriental. Tal vez por eso matan a los dirigentes y destruyen sus escuelas, cuando no han surgido dentro de su orden.